Breve informe del proceso de escritura de La rosa y la espina

       Una de las preguntas que me hace la gente que más me irrita es la siguiente:
       —¿De qué va el libro que estás escribiendo?
       Me irrita sobre todo porque no sé cómo responder. A menudo, para salir del paso, suelo declarar:
       —Estoy escribiendo un libro de amor.
       Y es un libro de amor, o un libro sobre el amor (más lo primero que lo segundo) o, más precisamente, un libro sobre un amor. Lo que ocurre es que cuando respondo así la gente tiende a creer que estoy escribiendo un libro cursi a lo Danielle Steel, una de esas salchichas que produce la americana de forma industrial, una novela rosa. No es ése el caso.
       El problema de fondo es esa convención burguesa (Umbral dixit) que exige una tesela argumental en todas las novelas, un argumento, una historia, una narración. El libro en el que he estado trabajando no está sujeto a esta convención y se acerca mucho más a otras etiquetas erróneamente comprendidas dentro del término novela como, por ejemplo, novela de tesis, novela introspectiva, novela de inmersión o novela conceptual. Cualquiera de estas formas de catalogarlo sería más precisa que la tan manida novela romántica o, peor aún, novela rosa. Pretendo que el libro que ya estoy casi acabando sea conmovedor, emocionalmente palpitante, auténtico, descarnado, sí, pero muy difícilmente puedo calificarlo como novela romántica. A mi entender incluso sería apropiado dejar de usar el término novela, por la confusión a la que dirige. Creo que mi nueva obra bebe en gran medida de otras fuentes como puede ser el género epistolar, aunque también la confidencia íntima, el poema en prosa (prosía), la confidencia sentimental, el diario sentimental o el testimonio amoroso. Con esta obra añado una página más a la inconmensurable biblioteca de literatura amorosa universal, pero se equivoca de lleno todo aquel que dé por sentado que he estado escribiendo una novela romántica convencional.
       Este problema ya se presentaba con mi primera obra, que también presenta una naturaleza híbrida que bascula entra la novela y el ensayo, entre el diario íntimo y la confesión privada, entre el epitafio escrito en vida y el testamento postrero. Cuando hablaba a la gente de El menstruador solía referirme a él como novela ensayística o ensayo novelado, y normalmente solían mirarme con cara de decepción, disgustada, como si, sólo por el hecho de que no fueran capaces de conceptualizar lo que les estaba diciendo, les estuviera soltando alguna pedantería petulante. Después, cuando la publiqué, leyeron la novela ensayística, y evidentemente se sintieron contrariados ante ella. No en pocas ocasiones tuve que escuchar tonterías como ésta:
       —Podrías haberla resumido en 200 páginas o menos.
       Sí, podría, tienen razón, pero sólo en parte. La proporción novelesca de El menstruador es muy reducida, concedo que apenas suceden cosas en ella. De haber condensado yo esta parte en un único libro, es decir, de haber separado el ensayo de la (escasa) acción, la obra hubiera tenido una extensión mucho menor. Lo que ocurre es que de haber hecho yo eso no hubiera escrito una novela ensayística, sino simplemente una novela y nunca fue ese mi propósito. Nunca he sentido como algo obligatorio el tener que doblegarme a las exigencias de las modas actuales ni he considerado que sea mi imperativo el someterme a los dictados de las preferencias de la gente que sufre de urticaria ante los géneros literarios polivalentes, experimentales, o simplemente no ortodoxos. Casi todas las novelas que realmente han ejercido influencia en mí son eclécticas, incontinentes, demasiado sui generis como para atenerse a un corsé prestablecido previamente. Ésta es la escuela literaria a la que me adscribo, la escuela de los rebeldes, de los inconformistas, de los que huyen de los lugares comunes, de los que sólo se comprometen con la expresión del yo. Considero que hay que ser bastante estúpido para entender que escribí 500 de las 700 páginas de El menstruador por error, por descuido, porque se me fue la mano.
       Por desgracia, la cultura del entretenimiento ha provocado que la mayor parte de lectores hoy en día esperen de una novela nada más que una película en prosa, un guion cinematográfico prosificado. El lector actual tiende a esperar de una novela nada más que acción, acción, acción. El menstruador jamás fue una obra de acción, acción, acción. No fue así concebida y esperar eso de ella es equivocarse. Quien cometa ese error hará bien en leer a Stephen King, Dan Brown o Pérez Reverte. En esos autores encontrará lo que busca. En El menstruador, sin embargo, no encontrará una película prosificada, no obtendrá la fotografía de una cinética, sino algo distinto que reverbera dentro de la conciencia humana, un estudio de la condición humana o, al menos, de la condición de su protagonista, por decirlo en términos no poco grandilocuentes.
       Esta problemática (que yo no considero que sea mi problema en absoluto) se agudiza en mi próxima novela: La rosa y la espina. Si en El menstruador la cantidad de acción era reducida, en La rosa y la espina es completamente nula. Si El menstruador es una novela ensayística, La rosa y la espina es directamente un ensayismo amoroso. En mi próximo libro no sucede absolutamente nada. La rosa y la espina es una obra que se expande en todas las direcciones al mismo tiempo, una veta que la voz narrativa sigue hasta donde le lleve para después abandonarla y seguir con otra. No hay trama ni clímax. No hay acción, sino introspección. No hay acciones, sino sentimientos. No hay historia, sino despliegue. No hay cronología, sino testimonio. No hay hilo narrativo, sino expansión sentimental. No hay estructura nudo-desenlace-final, sino remolino conceptual. No hay personajes, sino personas. No hay protagonistas, sino voces. No hay pulso, sino flotar. No hay ritmo, sino cadencia. No hay estructura, sino textura.
       Seguramente cuando le pida a mi editor, Alejandro Berdugo, que escriba algún texto para la contraportada, tal y como ya hizo para El menstruador, se verá nuevamente en un brete. No me extrañará lo más mínimo que mucha gente me venga con la misma murga otra vez:
       —El texto de la contraportada no explica de qué va el libro. Deberías incluir un resumen o sinopsis de la historia para atraer al lector.
       Pues no. Nuevamente no. No sólo es inadecuado sino que, además, en esta ocasión es imposible.
 

       Sin más, adjunto a continuación un BREVE INFORME DEL PROCESO DE ESCRITURA DE LA ROSA Y LA ESPINA:
 
  • El borrador inicial o, como yo lo llamo, «texto base», ya está completamente escrito, de principio a fin. Salvo unos pocos pasajes que quiero afinar, optimizar o, quizá, añadir, el texto no sufrirá grandes cambios hasta que adquiera su forma final. Es un texto perfectamente legible, coherente consigo mismo y completo en su unicidad.
  • Antes de publicar querré leerlo por completo tres o cuatro veces para depurar y estilizar la prosa allí donde haga falta, eliminar todos los errores ortográficos y sintácticos que pudieran quedar. Entre cada lectura, me concederé una semana para oxigenarme.
  • Antes de publicar quiero hacer una prueba de impresión y entregársela a varios compañeros de letras y confesores literarios para recoger sus impresiones. Este paso no es algo que realmente necesite hacer. Rara vez suelo cambiar algo sólo porque me invite a ello algún lector. Sin embargo, sí me gusta recoger sus pareceres ya que suelen ser un buen adelanto de las reacciones que cosechará el libro después. Además me resulta de especial ayuda para terminar de depurar el texto de errores ortográficos.
  • Como a los lectores hay que darles cierto tiempo para leer aprovecharé para ocuparme de ciertas cuestiones relativas a la maquetación e ilustración del libro que, como en El menstruador, deseo cuidar al máximo. En esta ocasión voy a recurrir a la ayuda de un ilustrador francés cuya obra me parece muy sensitiva.
  • Una vez concluida la maquetación final y recogidas las impresiones de los confesores literarios, publicaré. Con todo y para poder hacerlo sin prisas, con delectación de artesano, calculo que eso ocurrirá a finales del verano. Para entonces espero encontrarme ya trabajando en mi tercer libro.

(21/11/2018) Leer Prosía de amor
(10/12/2018) Leer Corpus Amandi
(01/07/2019) Leer Dios en acción
(18/08/2019) Leer Las últimas cartas de Amor de la Historia
(30/09/2019) Leer Annäherung an die Frage der Wirklichkeit

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