Henry y June y la literatura del yo

Me suelen acusar de haberme dejado influir demasiado por autores a los que nunca he leído. Al mismo tiempo, algunas de las verdaderas influencias que tengo, le pasan desapercibidas a la mayor parte de mis lectores. Una de ellas es Henry Miller. Henry Miller es uno de mis escritores predilectos y, en muchos sentidos, un modelo a seguir tanto a nivel artístico como moral. En mi opinión Henry Miller es el máximo exponente de lo que, hasta los años setenta o así, tuvo a bien denominarse literatura del yo. No encontraré jamás palabras suficientes para demostrar mi total admiración, en todos los ámbitos, hacia Henry Miller. En mi opinión, uno de los autores más auténticos y vibrantes del siglo XX. Toda la legión de imitadores que, disfrazados de malditismo barato, después, han seguido sus pasos, toda la generación beat, los Bukowsky, Kerouac, etcétera, me parecen figuras de guiñol a su lado. Bukowsky no es sino un Henry Miller pero mal escrito, sin sensibilidad, sin finura, sin elegancia, sin respeto por las armonías trascendentales.

Por supuesto, no todas las obras de Miller me agradan, ni todas me parecen meritorias. Primavera negra, por ejemplo, me resulta un libro indigesto y pretencioso, insoportable. Sin embargo, el grueso de sus obras, las que le hicieron famoso, me parecen obras maestras, especialmente los dos Trópicos, y la Trilogía de la Crufixión Rosa. El pensamiento y actitud ante la vida de Miller me ha ayudado a salir de muchísimos atolladeros intelectuales, emocionales y literarios a los que me he ido enfrentando a lo largo de la vida. También es justo decir, que él es también, el responsable de haberme metido en algunos atolladeros (intelectuales, emocionales y literarios) de los que aún no he sabido salir. Si hay algo que le agradezco a Henry Miller es que produjo una literatura estimulante. Creo que, en el futuro, toda la herencia milleriana que hay en mí, irá quedando más y más patente y que quien siga sin comprobarla, es sólo porque no habrá leído a Henry Miller.

La obra de Miller es una obra coral, orbital más bien, completamente salteada de personajes intrascendentes en sí mismos, pero que componen el bestiario humano del que Miller se nutre para convertir sus libros en algunos de los mejores catálogos humanos jamás escritos. Si hay algo valioso en Henry Miller es que era, sin duda, un magnífico observador y conocedor del hombre. Aunque al tratarse de una obra semi-autobiográfica, en su mayor parte, es él mismo, Henry Miller, quien ocupa el lugar central, proteico, de todo su despliegue narrativo, orbitan a su alrededor un sinfín de personajes, especialmente femeninos, que son de lo mejor que se ha escrito jamás. Ni Julieta, ni Madame Bovary, ni la Dama de las Camelias, ni Anna Karenina. Si me tengo que quedar con una mujer literaria, me quedo, sin dudarlo, con June Miller. Siento una completa fascinación hacia June Miller o, mejor dicho, hacia la June Miller de Henry Miller, que posiblemente se diferenciara mucho de la June Miller que vivió en la vida real. Cada vez que he escrito sobre alguna mujer fatídica, la he tomado como referencia interna. Ella es la quintaesencia de lo que popularmente se conoce como mujer fatal. A mi entender, el personaje femenino más fascinante de la literatura del siglo XX es June Miller y eso es así gracias a la magnífica pluma con la que fue descrita. Henry Miller no se contentó con describir a su ex esposa, sino que la eternizó, la convirtió en una alegoría de sí misma tan potente, tan nutriente, que aún a día de hoy leer sobre ella resulta vivificante.

Así las cosas, está claro que una película que narre parte de las vivencias entre Henry y June Miller, tenía que ser de mi interés. Esto es lo que pasa con la película Henry y June, de 1990. Esta película, en rigor, no puede calificarse como biográfica, y no está basada, en realidad, en ningún texto de Miller, sino en textos de Anaïs Nin, escritora con la que Henry Miller mantuvo una obtusa y extraña relación a tres bandas y que, al igual que yo, también sentía fascinación por June Miller. El mito y la ficción están entremezclados, y sería ridículo ponerse a discutir qué es lo que realmente ocurrió o qué fue lo que sintieron cada uno de los implicados. Ni los textos de Miller, ni los de Anaïs Nin, son fiables o pueden ser tomados como guía pues en ambos pesaba más la pulsión literaria, que la cronista. June Miller ni siquiera se llama June, en los libros de Miller.

La película se sitúa en, quizá, la parte más interesante de la vida de Miller, que es cuando, en un intento de ampliar horizontes y escapar del laberinto emocional que le propinaba June, se exilia a Francia, que es donde, tras unos años, encuentra finalmente su voz narrativa, publica Trópico de Cáncer y se convierte en un autor famoso en todo el mundo. Fue un talento tardío… La película está narrada en clave de drama sexual, por lo que realmente no ahonda demasiado en cuestiones literarias, pero aún así, todos los personajes del trío Miller-June-Anaïs Nin, están magnificamente bien representados, empezando por Uma Thurman, que interpreta a June Miller y que, en mi opinión, hace uno de los mejores trabajos de su carrera.

A Fred Ward, que interpreta a Henry Miller, sólo se le puede reprochar que se le nota demasiado que la calva es de maquillaje (Henry Miller siempre tuvo complejo por su alopecia, algo que compensó con una arrolladora personalidad que le permitió seducir a las mujeres más sofisticadas y arrebatadoras de su época; es este complejo la razón por la que haya tantas fotos de Henry Miller con sombrero o gorra), pero nada más. De María de Medeiros se debe subrayar que nunca, en ninguna otra película, ha salido más hermosa y erotizante.

Y, con todo esto en su favor, yo no puedo sino recomendar ver esta película, entretejida a partes iguales con retazos de realidad, retazos de sueño y retazos de erotismo. Todos los amantes de Henry Miller la disfrutarán, y todos aquellos que no tenga ni idea de lo que significa literatura del yo, tienen con esta película una magnífica oportunidad de asomarse a este concepto.

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