El menstruador en la Biblioteca Albertina
Nunca empecé a escribir para ganar dinero, no fue ese el impulso que me hizo redactar las primeras líneas. Gracias a Dios tengo todas mis necesidades monetarias más que cubiertas. Tampoco he buscado jamás ningún tipo de reconocimiento social, editorial o académico. Todo eso me parece una pura filfa. Pienso que los escritores que tienen esas metas, tienden a escribir muy mal. Así, regalo muchos ejemplares allá donde voy, pero, antes de regalárselos a gente que se que no se lo van a leer, prefiero regalárselos al destino, ya que entonces sí existe la posibilidad de que alguien, quizá, los recoja en sus manos, aunque sea para preguntarse qué hace ese libro ahí, y los lea.
No sé lo que pasará con él, no lo sabe nadie, pero a mí me da un enorme placer simplemente pensar en las posibilidades que se abren como un abanico en mi imaginación.
Allí lo encontrarán, flanqueado por unos cuantos Quijotes y unos cuántos Góngoras. He preferido dejarlo bajo la guardia y protección de los clásicos del Siglo de Oro ya que la otra opción hubiera sido dejarlo entre Lucía Etxebarría y Antonio Gala y, bueno, ustedes me entienden… ¿no?
Bibliotheca Albertina
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