El menstruador en la Biblioteca Albertina

No voy a explayarme ahora, ya que lo que querría decir ya quedó escrito en la entrada para la publicación de Bahía carmín, suspendida sine die. No hay motivo para repetirlo ahora. El día que publique ese libro, publicaré esa entrada y con eso debería ser suficiente.
Baste ahora saber que me gusta abandonar ejemplares de mis libros por ahí. Es uno de los placeres más íntimos y delicados de los que disfruto en la vida. He dejado ejemplares de El menstruador abandonados en cafeterías, en bancos de parques, en salas de espera, en ascensores, en cuartos de baño, en taxis, metros y autobuses y trenes, también en barcos, aviones y, por supuesto, librerías y bibliotecas. Les escribo dedicatorias con caligrafía curvilínea y delicada y los abandono a su suerte. La mayoría, imagino, acabarán pudriéndose en un cajón, en la trituradora de papel o en el cubo de la basura, pero eso sólo significa que algunos de ellos se salvarán, y serán recogidos, adoptados por lectores que sólo habrá escogido el destino y es posible que esos samaritanos, esas personas demasiado sensibles como para tirar un libro a la basura, podrían leerlos, por mera curiosidad, o quizá entregárselos a otras personas que sí los lean. Me gusta especular con el destino incierto de esos ejemplares expósitos, recrearme con la posibilidad, con los caprichos del azar que podrían devenir sobre él. Reconozco que pocas cosas hay que me complazcan más que la idea de cruzarme alguna vez con el depositario de uno de estos ejemplares, ya que habrá añadido, a la historia desplegada en el interior de sus páginas, la historia de la pérdida y recuperación del libro. Esos ejemplares gozan de una doble vida. ¿Qué digo doble? Gozan de innúmeras vidas posibles, y aunque la mayoría trágicas, muchas de ellas fabulosas.
       Nunca empecé a escribir para ganar dinero, no fue ese el impulso que me hizo redactar las primeras líneas. Gracias a Dios tengo todas mis necesidades monetarias más que cubiertas. Tampoco he buscado jamás ningún tipo de reconocimiento social, editorial o académico. Todo eso me parece una pura filfa. Pienso que los escritores que tienen esas metas, tienden a escribir muy mal. Así, regalo muchos ejemplares allá donde voy, pero, antes de regalárselos a gente que se que no se lo van a leer, prefiero regalárselos al destino, ya que entonces sí existe la posibilidad de que alguien, quizá, los recoja en sus manos, aunque sea para preguntarse qué hace ese libro ahí, y los lea.
Por eso, a partir de hoy, es posible encontrar un ejemplar de El menstruador en una de las bibliotecas más hermosas de Alemania, la Biblioteca Albertina de Leipzig, de la que muchas cosas buenas pueden y deben decirse, como que fue declarada la biblioteca del año en Alemania, en el año 2017, o que tiene una sección más que interesante dedicada a la literatura hispánica. No tiene mucho que envidiar a la sección hispánica de muchas bibliotecas españolas. Allí permanecerá, quién sabe cuánto, quizá hasta mucho después de mi muerte, o hasta que el bibliotecario luterano de turno lo encuentre y lo envíe a la trituradora. También es posible que algún estudiante de Filología Hispánica lo descubra y lo robe, o que usted, estimado visitante de este blog, pase por allí y decida ir a por él.
       No sé lo que pasará con él, no lo sabe nadie, pero a mí me da un enorme placer simplemente pensar en las posibilidades que se abren como un abanico en mi imaginación.

Allí lo encontrarán, flanqueado por unos cuantos Quijotes y unos cuántos Góngoras. He preferido dejarlo bajo la guardia y protección de los clásicos del Siglo de Oro ya que la otra opción hubiera sido dejarlo entre Lucía Etxebarría y Antonio Gala y, bueno, ustedes me entienden… ¿no?

Bibliotheca­ Albertina
Beethovenstraße 6
04107 Leipzig
Mail: info@ub.uni-leipzig.de
Tel.: +49 341 97-3057

Comentarios

Hay 6 comentarios para esta entrada

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Ir a INICIO