Muebles de metacrilato y recubrimientos de aluminio

1997 Desmontando a Harry, Woody Allen


100 películas sobre la creación literaria

Cuando uno ve Desmontando a Harry en el siglo XXI, con el imperio de lo políticamente correcto en todo su apogeo y la transgresión completamente encorsetada, etiquetada e industrializada, la primera impresión que tiene es que está viendo una película prohibida. Los gendarmes del buen rollito universal no le permitirían rodar algo así hoy en día ni al mismísimo Woody Allen. Ocurre un poco como cuando uno ve alguna de esas antiguas películas de Clint Eastwood como El sargento de hierro, inflamadas de testosterona, lenguaje procaz, y guarrería: intuye que, en los tiempos que corren, sería inmediatamente censurada, mutilada, prohibida, boicoteada o perseguida. Eso provoca que nos guste más aún, desde luego. No es ningún secreto que lo prohibido siempre tiene un encanto especial. Nos agrada más por estar prohibido que por ser pretendidamente vulgar e incorrecto. Así, Desmontando a Harry es una película perteneciente a una época ya extinta en la que todos gozábamos de una mayor libertad y en la que no todo el mundo se autoproclamaba defensor de las víctimas, los humillados y los ofendidos. La gente quería ser heroica, y no autodefinirse como perdedora. Los artistas querían aportar, y no ser acreedores del mundo.


Desmontando a Harry es una película de Woody Allen, lo que supone un género en sí mismo. Nadie, salvo Woody Allen, hace películas de Woody Allen. El género woodyallenesco comienza y acaba en Woody Allen. Esto significa que en esta película el espectador encontrará todos y cada uno de los elementos característicos del género woodyallenesco: protagonista interpretado por el mismo Woody Allen (que no es sino un trasunto de sí mismo), diálogos simultáneos, personajes estrambóticos, judaísmo, psicoanálisis, Nueva York, divorcio, neurosis, psiquiatría, sexo, infidelidad, jazz, etcétera. Otro cocktail realizado con los mismos ingredientes con los que lleva trabajando obsesivamente desde los años sesenta. Si hay un artista sobre la faz de la Tierra que es fiel a sí mismo, ése es Woody Allen. La quintaesencia del cine autoreferencial.


Desmontando a Harry no es la primera ni la última ocasión en la que Allen toca el tema de la creación literaria, aunque esta es, sin duda, la ocasión en la que lo aborda más frontalmente. Un escritor en crisis creativa, personal, familiar y sexual (que acaba resultando extrañamente enternecedor a pesar de estar completamente acanallado) debe realizar un viaje que le conduce a una serie de peripecias metanarrativas que, aunque inteligentemente y estratégicamente trazadas, resultan más artificiosas que esclarecedoras. Desmontando a Harry se afana más en presentar situaciones que se envuelven las unas a las otras que en resolver esas situaciones. Es una película más de preguntas que de respuestas. Tampoco es Woody Allen el primero ni el último en romper la cuarta, la quinta y hasta la vigésimo cuarta pared. Películas de factura reciente como Deadpool (2016) parecen incluso haberlo puesto de moda de nuevo, aunque es uno de los trucos más manidos de la literatura y del cine (lo encontramos incluso en el Quijote, que es menester leer). El problema de esta clase de gamberreos artísticos, es que, en la mayor parte de las ocasiones, carecen absolutamente de función narrativa, y son, meramente, un chascarrillo autocomplaciente. Esta clase de experimentos o licencias no tienen casi nunca una justificación y son solamente un hacerse notar, una rebeldía sin causa, o una dejadez, un síntoma de una imaginación anémica. Son pocos los artistas que saben realizar ese tipo de equilibrismos matanarrativos con fundamento, con enjundia, con una raison d’être. Uno de ellos, por citar un ejemplo, es Michael Haneke en Funny Games (1997). En esta magnífica y recomendable película (o incluso en su fotocopia homónima americana de 2007, que es igualmente válida y que viene refrendada por él mismo), las rupturas de la cuarta pared están ahí por algo, por un motivo, y lejos de resultar una mera fullería narrativa, o algo orientado a desestructurar las teselas argumentales por puro antojo, realzan el propósito y la esencia de la obra. Lo que en Hanneke es diabólicamente perverso y afiladamente inteligente, en Allen es puro circo, pura búsqueda del absurdo, puro desbocamiento satírico. Como es Woody Allen, y es un hombre que sabe, no puede decirse que lo haga mal, o que su película sea chapucera (no lo es), sino que lo hace simplemente porque le apetece, sin que este hecho afecte de manera sustancial a la obra. Estoy convencida de que alguien de su talento podría haber escrito la misma película sin rupturas de la cuarta pared y el resultado sería igual de valioso.


Debido a su refrescante brutalidad, es una obra auténtica, recomendable y, además, muy divertida de ver. Como comedia, es magnífica, de las más achispadas de Woody Allen desde la época de Toma el dinero y corre y Bananas. Uno de los chistes más deliciosamente ingeniosos de toda la filmografía de Woody Allen, se encuentra en Desmontando a Harry. Sólo por eso, merece la pena verla. Tras un salto metanarrativo, Woody Allen va al infierno. Al llegar allí, se cruza con otro condenado, alicaído, que está siendo conducido por un guardián cancerbero diabólico. Woody Allen le pregunta:
       —¿Y usted por qué está aquí?
       A lo que el cabizbajo condenado responde:
       —Inventé los muebles de metacrilato.
       Como curiosidad cabe mencionar algo anecdótico sobre este magnífico chiste: el mérito no corresponde a Woody Allen, sino a los traductores al español de la película. En su versión original, el condenado taciturno responde algo completamente diferente. Literalmente traducido lo que responde es:
       —Inventé los recubrimientos de aluminio.
       La boutade sigue siendo igualmente válida pero, en mi opinión, toda la jocosidad del chiste se ve potenciada por el cambio y la ingeniosidad presente en la traducción española. El chiste es mejor en su versión doblada que en su versión original. Este chiste refuerza mi teoría de que las traducciones no necesariamente tienen que ser peores que las obras de las que derivan. En muchas ocasiones son mejores. En otra ocasión me explayaré sobre eso.

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