Reseña de El menstruador en Revista Rage
Reseña de El menstruador en Revista Rage
El sistema no vela por usted, ni por su bienestar, ni por su seguridad. Olvídese de esas patrañas, estimado lector.
Aún de resaca tras las fiestas de Navidad, la primera toma de contacto con El menstruador tuvo lugar el 1 de enero de 2019, después de un día agotador por los típicos quehaceres familiares. Sin embargo, ya con el sol caído, junto al calor confortable de la chimenea y en el silencio más estricto que conocerá el año, volaron nada más y nada menos que cinco horas ininterrumpidas de lectura.
Berlín. Madrid. Barcelona. La Trifuerza de El menstruador.
La primera parte transcurre bajo el cielo plomizo de la capital alemana durante la época del IRC y el MSN, cuando aún estaban verdes los brotes del Siglo de Narciso, el Eón del Postureo. El relato, salpicado de verdades punzantes como el ataque inesperado de un escuadrón de mosquitos tigre, asegura la carcajada a aquellos que aún conservan la capacidad de apreciar la lectura cáustica.
Se nos presenta el punto de inflexión en el cambio de paradigma social con la introducción de internet y las nuevas tecnologías en nuestras vidas. A partir de aquella época ya nada volvería a ser igual en las relaciones entre hombre y mujer.
Recorriendo las calles y los estrambóticos locales berlineses de la mano del protagonista, mi mente comenzó a escupir borrosos recuerdos de aquellos días en los que aún estaba en plena ebullición adolescente. Volvieron los fantasmas del pasado con su dolor y sus vergüenzas exigiendo venganza. Jamás había soñado con lo leído en un libro hasta que me sumergí en El menstruador de Lázara Blázquez Noeno, al igual que jamás soñé con lo visto en una película hasta el visionado de Loveless de Andrey Zvyagintsev. Ambas obras tienen en común la capacidad de radiografiar la realidad de forma precisa, cruda y descarnada.
La segunda parte transcurre en Madrid, continuando con los avatares que llevarán al protagonista desde Berlín hasta la capital de España. Constituye el grueso de la obra y es la parte más dura de leer. Pronto las carcajadas se tornan en una amarga tristeza y sensación de impotencia ante la tragedia silenciada que sufre el protagonista. Si me identificaba plenamente con el protagonista de la primera parte porque era casi un calco de mi forma de ser, pensar y sentir, en esta segunda parte tuve que hacer numerosos recesos durante su lectura. Quien ha tenido la fortuna de no haber sido tocado por la injusta, implacable y destructora mano del Estado y sus resortes, no podrá creer la odisea española que se presenta ante sus ojos. Uno se siente apocado, una menudencia en mitad de un dantesco páramo solitario cubierto por una cúpula infinita, azotado por un viento gélido y húmedo.
Los datos no mienten, y en esta segunda parte abundan. No es El menstruador una novelucha –entiéndase un relato largo, como suelen ser la mayoría– sino una auténtica novela, con enormes dosis de ensayo y autobiografía, que haría sentirse orgulloso al mismísimo Manuel García-Viñó. Nos encontramos ante una fiera literaria que produce escalofríos en su observación sobre la amoralidad, la empatía, la desesperanza, la violencia y el divismo haciendo uso de un lenguaje muy cuidado. Aquí no hay florituras ni construcciones pretenciosas. Cada palabra del El menstruador está ahí por un buen motivo, no dejando dudas en su claridad designativa, así como las numerosísimas referencias culturales y notas al pie siembran de contenido adicional el texto principal.
El menstruador significa, nunca mejor dicho, la pérdida de la inocencia. Es la historia del desagradecido y sanguinario Moloch devorando a sus hijos, aquellos que contribuyen con su tiempo, dinero y energía a su existencia. Es la historia de papá Estado desangrando a sus ciudadanos mediante los robóticos esbirros del Sistema, brindado la hipócrita protección del proxeneta a las bandarras. Es la nuestra una sociedad con fecha de caducidad.
En las lóbregas mazmorras de la predatoria maquinaria estatal se aniquila el alma de sus presas, reduciéndolas a parias sin posibilidad ni fuerza de defensa. Una lucha dispar ganada de antemano por los depredadores que parecen disfrutar jugando con sus capturas antes de destruirlas, justificándose en el imperio de la ley. Una infame ley aprobada como una pesada broma en 2004, pergeñada quién sabe cuántos años antes, y, estoy convencido, de que por unas élites ajenas, haciendo de nuestro país su, de nuevo, laboratorio particular como si del experimento Universo 25 se tratara.
La tercera parte nos traslada hasta Barcelona, ciudad que compartirá la acción con Madrid. Pasado el malísimo trago, el protagonista, hecho pedazos, deambula por lo desconocido encontrándose de frente con un mundo extravagante y sórdido. Aquí se nos expone a través del protagonista un lado invisible de la sociedad para el común de los mortales —¿acaso no es lo que hace El menstruador a lo largo de sus 734 páginas?—, pinchando la burbuja de ilusión desde su ático. Nos somete a un raspado que diluye esa pátina de serdelucismo con la que embadurnaron nuestra educación, dejando a la vista la palpitante y sangrante realidad oculta, despojada de cualquier pretensión de glamour o pizpiretismo.
Se nos presenta la locura en forma de sílfide humana en continuo autoengaño, en la resistencia a dejarse ver tal y como se es, frente al espejo y bajo los focos, con las mutilaciones, cicatrices y prótesis que nos marcarán para siempre. El último aliento antes de perecer entre el magma de nuestro propio interior, recurriendo a ingentes soluciones inhalatorias, a la quema indiscriminada de peculio y a la más abyecta mentira ante los demás y ante sí mismo. La mentira tiene las patas muy cortas, en efecto, pero en España sale gratis.
El menstruador es, en definitiva, la confesión de un superviviente. Un superviviente que exige justicia, que le sean devueltos sus derechos robados, que se limpie su nombre. Aunque todo el mundo le reconozca, ahora posee la marca de Caín grabada a fuego entre los ojos. Aunque El Horror ría en pintorescas playas del Caribe o en remotos montes de Jerusalén, El menstruador conoce la verdad.
Tras cientos y cientos y cientos de libros leídos es cuando uno se da cuenta de que la gran mayoría repite los mismos conceptos una y otra vez. Cuando apenas un cinco por ciento de lo leído aporta una idea original, el hartazgo casi lleva a dejar de lado la afición por la lectura. Hasta que uno se encuentra con El menstruador, una obra escrita sin concesiones, atrevida, valiente, políticamente incorrectísima, tabú, que va muchos pasos más allá de Esther Vilar.
Puedo garantizar sin temor a equivocarme que no leeréis nada mejor, ni más útil, ni más real, este año que empieza y, muy probablemente, en los venideros. Eso sí, tened en cuenta este aviso a lectores: El menstruador no es un libro apto para cobardes.
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