Un andar solitario entre la gente, de Antonio Muñoz Molina


Siento una especial admiración por Antonio Muñoz Molina ya que considero que es el autor del que, a mi parecer, es uno de los mejores íncipit de novela jamás escritos.
 
«Vine a Madrid para matar a un hombre a quien no había visto nunca. Me dijeron su nombre, el auténtico, y también algunos de los nombres falsos que había usado a lo largo de su vida secreta, nombres en general irreales, como de novela, de cualquiera de esas novelas sentimentales que leía para matar el tiempo en aquella especie de helado almacén…»
 
       Así comienza Beltenebros (1989). Un arranque de novela inmejorable, uno de esos comienzos que todo escritor de ley desearía haber firmado. Palpita en él un misterio inconcluso, una suspensión del drama, una reverberación que hace que parezca, desde la primera línea, una novela ilegal. Por desgracia luego la novela, que muchos encuadran dentro del género noir, no está, en mi opinión, a la altura de su íncipit. Es una gran novela, sí, magníficamente escrita, no hay duda de ello, pero languidece por ser quizá demasiado etérea y rayana con lo simbolista. Esto último, que quede claro, es sólo una apreciación particular mía y no debe ser entendido como una crítica a Beltenebros, que es, a todos los niveles, una gran novela que yo no puedo sino recomendar. Recomiendo ya de paso todas las novelas de Antonio Muñoz Molina, que es un verdadero profesional de la literatura y un modelo a seguir, sobre todo por aquellos que aspiran a dominar el complejísimo arte de la sencillez. Son todas magníficas.
       No me gusta el término “profesional” aplicado a los escritores (aunque los hay y los hay que, sin duda, se ajustan perfectamente a este término). En el caso de Muñoz Molina debería hablarse, más que de profesión, de oficio, ya que es un orfebre de la palabra, un artesano del verbo, uno de esos escritores dedicados, volcados en el detalle, amigos del matiz, de la honradez, prófugos del aspaviento, el virtuosismo artificioso o el alarde técnico.
       Acabo de terminar de leer su última novela, Un andar solitario entre la gente (¡qué maravilloso título!), 21,95€ en La Casa Del Libro. Lo primero que debe decirse sobre Un andar solitario entre la gente es que no se trata de una novela, aunque la editorial Seix Barral la promocione como tal, sino de un libro conceptual, de una obra desvinculada por completo de cualquier tipo de trama narrativa, de una obra que va más allá del canon narrativo tradicional, una obra que cabalga entre el experimentalismo postmodernista, el diario íntimo, el prurito enumerativo, el poema en prosa, el soliloquio dramático, el collage de eslóganes, el ensayo literario y el torrente de palabras descoyuntadas. Un andar solitario entre la gente conecta con un expresionismo lírico que no obedece a las pautas narrativas habituales, ni a lo que comúnmente se conoce como argumento, y que equidista de todo lo que los manuales de escritura moderna suelen entender por novela. Es muy probable que muchos lectores (la mayoría) no consigan digerirlo por esta razón. En los prosaicos tiempos que corren, por desgracia, la mayor parte de lectores reaccionan mal ante todo aquello que rompa, si quiera mínimamente, los férreos y limitadores esquemas de la novela convencional, cinematográfica, sucintamente amarrada al corsé de la narración, decimonónica, comercialmente aburguesada. Hoy en día un número alarmante de lectores sólo aspira a que les entretengan con un cuento y reaccionan con virulencia ante todo aquello que no les resulta fácil asimilar, desborde sus esquemas preconcebidos o simplemente sea prófugo de teselas argumentales.
       No puede decirse que Muñoz Molina haya inventado la novela conceptual, desde luego, pero sí es cierto que este tipo de obras no ortodoxas no lo tienen nada fácil hoy en día y que resulta muy complicado hacer entender a la gente que no todas las novelas deben ajustarse al manido esquema de inicio-nudo-desenlace, que no todas las novelas tienen como objetivo desplegar una amena narración de evasión o que el valor de muchas de ellas no reside en el relato, del que incluso algunas prescinden por completo, sino en las atribuciones estéticas y literarias puedan atribuírsele. De la misma manera que existe la pintura abstracta o la música descriptiva o incidental (o neotonal, o post tonal), existe la novela abstracta, o indefinida, o inclasificable, o conceptual.
       Gran parte de la literatura postmodernista, o conceptual, o neotonal, o experimental, o simplemente rarita, es agobiantemente autorreferencial. Literatos hablando de literatura. Un andar solitario entre la gente trata en gran parte (aunque no exclusivamente) de literatura, de la literatura de otros, de la otra literatura, de la gran literatura. Así que sin darme cuenta me he metido en un brete al pretender escribir una recensión literaria sobre una obra literaria que trata principalmente sobre literatura. Ahí es nada. ¿Qué decir? Podría argüir que se trata de un libro babilónico, pero hete aquí que está escrito en un correctísimo español; podría alegar que es una alegoría, un rastro de las palabras olvidadas, las palabras que como las moscas de corta vida nacen, crecen, viven y mueren en menos de 24 horas, un escaparate de chascarrillos publicitarios, pero estaría afeando todo el hermoso lirismo que rezuma el libro y haciendo de menos la robusta poética que sustenta el conjunto; podría esgrimir que se trata de un capricho literario de Muñoz Molina, pero al hacerlo estaría olvidando que el resultado final presenta una obra perfectamente coherente, íntegra y eminente.
       No creo que pueda decirse, sin morirse de la risa, que Muñoz Molina sea un autor postmodernista. No lo es, ni lo ha sido nunca, ni falta que hace, aunque me consta que sí es un gran conocedor de todos los zurriburris paridos bajo esta cómoda etiqueta que ha sufrido un predicamento a todas luces excesivo, bajo este cajón de sastre en el que se clasifica todo aquello que resulta demasiado sui generis. Lo que sí parece cierto es que Muñoz Molina se alimenta de este conocimiento en su última no-novela, que difícilmente puede ser valorada por sus premisas argumentales o por cualquier otra razón diferente a la estrictamente literaria.
       En realidad el atrevimiento formal de Un andar solitario entre la gente no hace sino hablar bien de Muñoz Molina, un escritor-explorador que no se repite a sí mismo, que no se conforma con repetir ad nauseam la fórmula que una vez le funcionó. Si uno se lee las últimas tres o cuatro novelas de, no sé, Michel Houellebq, por ejemplo, tendrá la sensación de estar leyendo tres y cuatro veces el mismo libro. Si uno se lee, no sé, Cien años de soledad, puede ahorrarse leer cualquier otro libro de García Márquez ya que será exactamente un refrito de Macondo, un sobrante de aquello que no le cupo en los Cien años. Empero, si uno lee Beltenebros, Plenilunio, Ardor guerrero y Un andar solitario entre la gente, podría llegar a creer que se trata de libros escritos por autores completamente diferentes. Muñoz Molina no se conforma con un único registro, no toca siempre en la misma clave, no es un admirador de sí mismo, no es fiel a un estilo único sino que busca adecuar por separado los modos expresivos y las armonías de cada una de sus obras. Esto, por supuesto, cuesta muchísimo trabajo, es un camino mucho más ambicioso, y encumbra a Muñoz Molina al panteón de los grandes de las letras españolas. No hubiera ido yo a la librería a comprar su última novela el mismo día que sale a la venta de no creerlo firmemente así. Muñoz Molina no se repite y por eso merece la pena darle una oportunidad cada vez que publica algo nuevo.
       En definitiva: ¿Se trata Un andar solitario entre la gente de una buena obra? Sí, que nadie dude de ello. Muy buena. Un suntuoso ejemplo de vitalidad expresiva. ¿Es un libro interesante, elocuente, con enjundia y gratificante de leer? Por supuesto, lo es: es un libro de espléndida factura literaria. ¿Es la mejor obra de Antonio Muñoz Molina? Quizá no, ni falta que hace ya que a cambio es la más ecléctica. ¿Es una obra para todos los públicos? Rotundamente no. Es un libro experimental. ¡No! Perdón. Un libro incidental. No, tampoco. Es más un libro jazzístico que un libro incidental. No, tampoco. Es más un libro heterogéneo que jazzístico, más una evocación poliédrica del tumulto de la sociedad que un procesamiento artístico del bombardeo publicitario y propagandístico contemporáneo. O no. Quizá es más un libro extemporáneo que auténticamente contemporáneo. No, tampoco. En realidad creo que no es nada de todo esto, o es todo esto al mismo tiempo. Un andar solitario entre la gente es un libro que nace de una meticulosa observación, casi de entomólogo, del ruidoso entorno, desaforado, impersonal y visceral, en el que todos los habitantes de la ciudad, nos guste o no, buceamos; es un ejercicio de auscultación de la realidad y su inclinación al desorden a través del cual su autor se sumerge con delectación en el torrente expresivo de la lengua decantando todos sus hallazgos fortuitos, etiquetando todos los aparejos idiomáticos, tabulando todos los chascarrillos transmutados en tropos y clasificando todos los imbricados recursos literarios que, por su cotidianeidad, pueden pasarnos desapercibidos. Las palabras, elocuciones, fraseos, espasmos terminológicos, surgen a borbotones de esta obra que podría calificarse casi de ritual y que no es sino una circunvalación alrededor de un núcleo inestable, de un latido acuciante y todas las bifurcaciones que de él se derivan. Un andar solitario entre la gente es una meditabunda invitación al silencio y a la reflexión, tan denostadas hoy en día, un vademécum de la modernidad, un bestiario de la actualidad, un exorcismo del atronador escándalo que nos acompaña en todo momento en forma de consignas, exhortaciones, cláxones, llamamientos, invitaciones, ofertas y berridos, un expurgo del obsceno estruendo del mundo.
       ¿Qué más puedo añadir? He disfrutado mucho con su lectura ya que me ha permitido, durante unos días, aislarme del ensordecedor alboroto de la sociedad. Recomiendo su lectura a todos aquellos que necesiten distanciarse, aunque sea provisionalmente, de la barahúnda de la gran ciudad, que es la protagonista inequívoca de la obra.
 
 
 

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