Annäherung an die Frage der Wirklichkeit

Viele meiner Leser fragen mich oft nach der Frage der Wirklichkeit… (Es broma, ¿eh? Sólo es para ponerle en contexto, lector. Hoy esto va de filosofía literaria. Sujétese bien. Iremos despacito. Intente disfrutar del paisaje. Lo importante no es si el pensamiento es grande o pequeño. Lo importante es disfrutar el pensamiento. Vamos allá.)

Acercamiento al debate sobre la realidad

Muchos de mis lectores a menudo me vienen con el debate sobre la realidad, que es un tipo de debate muy especial, ya que es, al mismo tiempo, apasionante y aburridísimo. La mayor parte de las veces, por pura vagancia, suelo responder con máximas de libro del tipo: la artística, de todas las mentiras, es la que más verdad contiene. No sé bien quién dijo eso en primer lugar, si es que tal persona existe y no se trata de una de esas verdades de naturaleza casi bíblica que se acuñan espontáneamente, a base de sedimentos de cientos de generaciones de hombres que no quisieron morir sin compartir su descubrimiento con la posteridad. A veces achaco la frasecita a Oscar Wilde, que es muy socorrido en estos casos, y otras veces que me siento más imaginativo, o más cañí, la achaco a Quevedo, o a Jardiel Poncela, o directamente a un autor inventado, como Rodolfo Manchado Guerín, o Martin Kowalsky. Nunca nadie se molesta en comprobar la autoría de mis citados, gracias a Dios. Algunas sorpresas pueden ser inasumibles, supongo. Lo confieso: a menudo me invento mis propias citas, con mis propias verdades desveladas, pero las hago pasar por pensamientos de próceres de la Literatura o de la Humanidad. Así nadie las discute. Es penoso darse cuenta de hasta qué punto el ser humano es débil ante al ad verecundiam. En cualquier caso, es una máxima en la que creo firmemente (al menos cuando me conviene, claro): los artistas utilizamos mentiras para expresar la verdad, aunque es justo puntualizar que también los hay que hacen todo lo contrario… usan la verdad para expresar mentiras. Ambas opciones son posibles, pero la segunda es mucho menos habitual y mucho más anecdótica, piensa la Puri y yo convengo, aunque un poco por apatía intelectual. En rigor, también hay artistas que usan cúmulos de verdades pequeñas para expresar verdades más grandes y, al revés, algunos que usan verdades cosmogónicas para hablar de chuminadas. Existen artistas de la mentira que son capaces de acumular capas y capas de mentiras yuxtapuestas, una sobre la otra, sin que el conjunto se venga abajo y sin llegar a contar ni una sola verdad completa en todo el proceso, como un castillo de naipes de la altura de un rascacielos, más o menos. Sin embargo, adentrarme en el análisis de toda esta casuística de los artistas me supondría dar un grandísimo rodeo que habrá que dejar para otra ocasión.
Íntimamente ligada a la cuestión de la realidad, está la cuestión de la verosimilitud y, concomitantemente, la cuestión de la autenticidad, que hay que tratar separadamente. El lector actual, que tan sagaz se cree, es, quizá, el más ingenuo de todos. Para hacer que se crea una historia, para que esté en la disposición de tragarse todos los embustes concebibles, basta con decirle previamente que lo que se le está contando es absolutamente real. A partir de ese momento su capacidad crítica se adormece completamente y un escritor puede contarle lo que quiera, porque se lo tragará con delectación. El mero letrero de BASADO EN HECHOS REALES, hace que el lector ya le entregue toda su confianza al autor, sin darse cuenta de que, quizá, está siendo engañado. Esto es algo que aprendí de Bécquer, pero que uno incluso puede encontrar en gente como Edgar Allan Poe o Víctor Hugo. Primero, dedicaban páginas y páginas a jurarte y convencerte de que lo que te iban a relatar es absolutamente real. Se presentaban a sí mismos como gente impelida por una necesidad urgente de dejar testimonio antes de morir, lo cual ya iba introduciendo en el subconsciente del lector la idea de que pronto iba a ser portador de un gran secreto. Después de páginas de detalles y demostraciones notariales de la autenticidad de la historia, los muy hijos de puta desplegaban un relato en el que se incluían posesiones demoniacas, fantasmas, o monjas voladoras. Siempre me pareció éste un ejercicio deliciosamente burlón. Sin embargo, algo más retorcido y refinado es plantear las cosas al revés: advertir al lector que se trata de una obra de ficción, es decir, una obra irreal, pero imaginativa, y después entregarle una obra tan auténtica, tan vívida, tan palpitante en humanidad, tan angustiosamente cárnica, que resulta del todo imposible abstraerse de ella lo suficiente como para digerirla como una fabulación. Incluso se puede ir más allá y, una vez alcanzado ese punto de sublimación de la duda en el lector, asegurarle que sí, que se trata algo real, que su olfato no le falla, que se trata de acontecimientos completamente testimoniales y reales. Se le puede añadir a la ecuación (que, llegados a este punto, ya es de tercer o cuarto grado) una breve explicación o justificación de por qué fue necesario envolver la obra bajo la etiqueta de FICCIÓN en primera instancia. El lector ya no pondrá ninguna rémora al flujo de mentiras/verdades que se le quiera inyectar. Se pueden usar los prólogos, los epílogos, la página de información legal, la portada y contraportada para añadir más y más capas contrapuestas, y obligar al lector de ese modo a tener que tomar él mismo las riendas, a aceptar la responsabilidad de decidir qué es real y qué no lo es. El rey de esta técnica de aturdimiento por contradicción en la contradicción es Cervantes, por supuesto. Es muy cómodo, para el lector, exigir que se le diga de antemano qué es realidad y qué no lo es.
       —Yo lo quiero todo filtrado y licuado, como el zumito de naranja. Si no, toso.
       Lo ambicioso, lo gamberro, lo terrorista, es obligar al lector a tomar parte, a decidir, a comprometerse, a dar un salto de fe, o un salto de escepticismo (en este escenario, el escepticismo no es sino una forma amarga de fe, Oscar Wilde dixit), y que discierna él mismo lo que es real y lo que no. Un escritor ambicioso no está ahí simplemente para entretener con un espectáculo circense, no es una puta, que hace lo que se espera de ella y nada más, no es el bufón de la corte, no es un monito amaestrado que bailará a cambio de que le regalen un cacahuete. Un escritor que honre la palabra escrita siempre buscará dejar algún tipo de impronta en el lector. De lo contrario no es un escritor, sino un cronista, un historiador, o un cuentacuentos, profesiones estas, obiter dictum, por las que siento un profundo respeto.

No es razonable esperar del escritor que sea títere y titiritero al mismo tiempo.

Oscar Wilde



Al final de todas las cosas, tras todos los pensamientos, tras todas las digresiones, la única realidad es que nadie sabe el porqué de nada. Partamos de ahí. Sólo podemos aspirar a llegar a conocernos a nosotros mismos, pero jamás comprenderemos el mundo, sólo nos aproximaremos a él, orbitaremos sobre él. Nunca desentrañaremos el secreto, la Gran Revelación, el misterio de la Creación. Es ahí en donde el artista se siente necesitado de fabular mundos fantásticos, imaginativos, en los que sí sea posible sacar conclusiones, establecer premisas inamovibles, y obtener unos resultados mensurables. Tengo una lectora, muy especial para mí, que me increpa de la siguiente manera:
       —¿Es que no tienes imaginación? ¿Por qué no te inventas algo? —pregunta con un triunfalismo que me cuesta mucho interpretar y me hace quedarme ahí, con cara de tonta, sin saber muy bien cómo empezar a explicarle que no es una cuestión de imaginación, que la literatura no tiene por qué ser un concurso de ocurrencias, que la narrativa no es la única articulación posible de la prosa, que no se trata de imaginación, sino de autenticidad, que no se trata de capacidad de fabulación, sino de otras cosas en las que interviene la sensibilidad, el gracejo sintáctico, el hallazgo expresivo, que se trata de introspección, no de evasión, que las únicas verdades a las que puede aferrarse el ser humano son aquellas que están en su interior, no aquellas concebidas en su fantasía.

Soy plenamente consciente de que en mis libros la línea entre ficción y no-ficción es muy difusa y está bastante desleída (algo de lo que se dio perfecta cuenta el sagaz Iván Cantero), si es que dicha línea existe realmente, cosa que es lo que todo el mundo parece tener ansia por corroborar o desmentir. Lo reconozco: juego con eso, especulo con esas ambigüedades, y llevo la incertidumbre a extremos que provocan suspicacia e incluso un comienzo de desasosiego, pero esto es algo plenamente consciente y premeditado, forma parte de mi manera natural de escribir, de mi manera particular de dar por culo, por así decirlo. Escribir es, en muchos sentidos, disfrutar dándole por el culo al mundo. La expresión puede ser vulgar, pero la imagen no podría ser más precisa y exacta.
       Algunas cosas nunca cambian. Otras nunca dejan de hacerlo. Una de ellas es la realidad, que es antojadiza y volátil, un flujo. Resulta curioso que tan a menudo se la pretenda representar como algo estático, como una fotografía objetiva, como una quietud, casi como una pausa en el tiempo… cuando es todo lo contrario. Lo realidad no es estática, ni es objetiva, sino multánime y ambivalente, saltarina y cambiante, como la donna è mobile qual piuma al vento, que, como el lector bien sabe, tiende a mutar d’accento e di pensiero.
       Creo que la razón por la que mis novelas se desarrollan en el marco de la realidad, es porque considero que la vida es suficientemente fantástica. Estoy obsesionada con la vida, y la vida es algo que se experimenta con los ojos, sí, pero que se siente con el alma. Sólo me interesan las historias que se refugian en ese único hogar del ser humano, esa ergástula iluminada dentro del alma en donde se desarrolla la vida, ese pequeño agujero de nuestro yo en el que todos somos Dioses. Todo lo demás me parece completamente irrelevante. No necesito contar la historia de un detective en apuros inventado, estilizado, porque todas las personas que conozco se sienten en apuros, de un modo u otro. No necesito inventar batallas entre países ficticios porque el planeta entero ya está en guerra. No necesito inventarme a héroes, princesas y villanos más o menos arquetípicos porque allá donde miro siempre compruebo el mismo caleidoscopio humano compuestos de santos, psicópatas, herreros, artesanos, agentes de bolsa, funcionarios, lunáticos, monjas, heroinómanos, prostitutas en crisis, ex convictos contritos, criminales por vocación, profetas ocultos, visionarios del más allá, hirsutos licántropos, personas que pesan 300 kilos, genios matemáticos, salvadores de la humanidad, enfermos mentales, caballeros honrosos, poetas malditos, príncipes y princesas destronados, usurpadores, adventistas del séptimos día, iluminados, conspiradores, tiranos, ángeles y demonios. El bestiario humano no conoce límites. Aunque escribiera todos los días 16 horas, hasta el día de mi muerte, no podría ni escribir más que sobre una mínima parte del Gran Coro Humano que me inspira. Si escribir es proyectar el yo en el Gran Versículo De la Vida, abrirse para mostrarse por dentro… ¿por qué no hacerlo abiertamente, honradamente, descarnadamente?
No sé si por razones reales o ficticias, he decidido aplazar sine die la publicación de Bahia carmín. A día de hoy, aún no sé cuál será el destino de esa obra. Quizá la publique dentro de un mes, quizá dentro de un año, o quizá no la publique nunca. Quizá me dé por reescribirla, o por convertirla en una obra de 1000 páginas. Quizá Bahía carmín se convierta en una de esas obras póstumas, una de esas obras que, por una u otra razón, no pudieron ver la luz, no llegaron a publicarse por alguna traba editorial, o por inseguridad del autor, o por oposición familiar, o por crisis de conciencia, o debido a la censura, o quizá, incluso por vanidad. No me cabe ninguna duda de que muchos autores de la Historia de la Literatura Universal escribían novelas que no publicaban, sino que las guardaban en el cajón, para poder seguir dando por culo después de muertos, para poder ser reales tras incluso tras la Muerte.
       No tengo nada más que añadir, salvo que sigo trabajando en otra novela nueva, aún sin título.
       Recuerde, lector:

Los peces no saben lo que es el agua. No sea usted pez. Sea consciente de la realidad por sus propios medios. No deje que nadie se lo dicte.

(Oscar Wilde)


Lázara Blázquez Noeno 30/09/2019


(21/11/2018) Leer Prosía de amor
(10/12/2018) Leer Corpus Amandi
(05/01/2019) Leer Breve informe del proceso de escritura de La rosa y la espina
(01/07/2019) Leer Dios en acción
(18/08/2019) Leer Las últimas cartas de Amor de la Historia

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