Prosía de amor


Rara vez escoge un autor los libros que escribe. Lo habitual, al menos con los libros auténticos y necesarios, es que sean los libros los que elijan a los autores por los que necesitan ser redactados. Tras terminar la redacción de El menstruador (que fue muy anterior a su publicación) me tomé un breve descanso vital para oxigenarme, aclarar las ideas y estudiar cuáles habrían de ser las directrices literarias a seguir. Al poco tiempo me encontré ya trabajando paralelamente en distintos proyectos, analizando cuál de todos ellos había alcanzado un mayor estado de madurez e intentando decidir en cuál concentrarme. Pronto descubrí que con todos ellos era yo quién estaba eligiendo el libro a escribir y, por ello, me sentía desilusionada y trabajando a contracorriente. Además, sospechaba que aquello no era sino un componer con restos, un reciclar todo el material sobrante de El menstruador en obras de menor calado y ambición más conformista. Una repetición, un eco.
       Algo ocurrió entonces, algo inesperado que no voy a desvelar aquí porque pertenece al ámbito de lo privado, lo secreto y lo oculto. Baste saber que fue una experiencia catártica, una epifanía, una revelación que no sólo cambió mis criterios literarios, sino también mi persona y mi manera de enfrentarme al mundo. Un nuevo libro me encontró y ahora sé que es mi obligación insuflarle vida, que no tengo otra opción, y que ponerme a escribir cualquier otra cosa sería, en primer lugar, una traición, un desatender al destino.
       Ya hacía tiempo que me rondaba por la cabeza componer algo diametralmente opuesto a El menstruador, radicalmente diferente, un texto en el que no pudiera reconocerse ningún tipo de analogía o convergencia con mi primera novela. Ésta se alimenta del rencor acumulado, de la rabia, del escepticismo, del cinismo y de la saña. Atraía poderosamente mi atención la posibilidad de escribir otro libro que fuera capaz de ver más allá del recelo, que no se alimentara de la fealdad, sino de la belleza, que no se revolcara en el fango de la furia, que no bebiera del orgullo y el prejuicio, sino que celebrara la jubilosa pureza del amor. Un libro hermoso, en definitiva, inspirador, escrito no para humillar o consternar, sino para insuflar hermosura en los corazones, para regocijarse en la gloria de la presencia pura, para recoger el fulgor de un amor más allá de las medidas y de los calendarios. Y algo ocurrió, recibí una señal y, ahora, como si fuera una estrella en el firmamento, sigo su estela.
       Me dice Puri, la Puri, que no me reconoce, que no soy yo, que qué me pasa, y no sé bien qué responderle. Yo tampoco me reconozco. ¿Qué es la vida, sino un constante cambio, a veces gradual, a veces abrupto? Mientras se cambia, se vive. Cuando ya no se experimentan mutaciones, cuando ya no se cambia, es que el alma se ha petrificado, fosilizado, y no queda sino esperar el advenimiento de la muerte. ¿No, Puri?
       —Si tú lo dices, tía.
       Puri, en el fondo, se alegra por mí, incluso me confiesa que me tiene cierta envidia por haber sido capaz de experimentar una pasión tal, tan transformadora, tan inspiradora, como para ser capaz de reorientar la brújula de mi devenir. La mayor parte de las personas tiende a preferir los amores cómodos, que no dan problemas, que no nacen del desgarro, los amores-cojines… pero existen otros quereres en el mundo que nos revelan un plan cósmico, que dan sentido a la existencia y definen la persona que seremos el resto de nuestras vidas.
       La obra en la que estoy trabajando, que no sé si querré y podré acabar, que no sé si verá alguna vez la luz (me conformo con que la luz llegue a ella), es un adagio en rosa y espina, una prosía de amor, un libro sin comienzo ni final, la radiografía de un sentimiento profundo, una elegía a un amor perdido y a un tiempo recobrado sólo con el empeño del recuerdo sacralizado, una oda a un prodigio de luz y beso, el testimonio palpitante de un lóbrego milagro.
       Preveo que gran parte de los lectores de El menstruador no lo aceptarán, lo considerarán un libro traidor. Incluso puede que algunos lo encuentren cursi. No importa. Es un libro necesario, otro libro necesario, y esos son los únicos que merece la pena ponerse a escribir. Ama et quod vis fac.
 

(10/12/2018) Leer Corpus Amandi
(05/01/2019) Leer Breve informe del proceso de escritura de La rosa y la espina
(01/07/2019) Leer Dios en acción
(18/08/2019) Leer Las últimas cartas de Amor de la Historia
(30/09/2019) Leer Annäherung an die Frage der Wirklichkeit

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