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Es menester leer el Quijote, pero no tanto ver las distintas adaptaciones cinematográficas que ha habido de esta obra. La mayor parte de ellas son insulsas y prescindibles, algunas de ellas insultantes. Sin duda, una de las deudas pendientes que tenemos los españoles es la de hacer una versión cinematográfica definitiva del Quijote, una que sirva de referente a todas las posteriores. Espero que alguna vez seamos capaces. Adaptar el Quijote al cine o la televisión no es una tarea fácil, desde luego, pero tampoco imposible por completo. Cabría la posibilidad de hacer un análisis de todos los intentos que ha habido a lo largo de la Historia de la Cinematografía, pero hacerlo me ocuparía muchísimo tiempo, ya que, para hacerlo debidamente, debería incluir las representaciones teatrales y las versiones de dibujos animados… La tarea haría palidecer al mismísimo don Quijote. Me limitaré, por lo tanto, a hacer un repaso sólo sobre los intentos más destacados, llamativos o meritorios que ha habido a la hora de adaptar el Quijote al cine. Vamos a ello:
1933 The Adventures of Don Quixote, Georg Wilhelm Pabst
La adaptación más antigua que conozco. Empecemos por ahí. Hasta donde sé, no está doblada al español, en parte porque se trata de un semi-musical en clave de ópera, una idea que, de entrada, ya resulta algo descacharrante. Fueron los ingleses los primeros en intentar llevar el Quijote al cine (empezamos mal). ¿El resultado? Don Quixote-Pavarotti cantando operísticamente entre escena y escena, vacas mugiendo pedorretas, un Sancho Panza con pinta de marinero de Liverpool… El argumento es una amalgama de las dos partes del Quijote resumidas en unos escasos sesenta minutos. El bachiller Sansón Carrasco sale desde el comienzo de la obra. La armadura emparenta al hidalgo con el hombre de hojalata del Mago de Oz.
Empero, no todo es bazofia: hay algunos aspectos interesantes a considerar. En esta primera versión ya se ven algunas de las alteraciones que casi podrían considerarse canónicas, pues muchas, o casi todas, las adaptaciones posteriores han seguido realizándolas. El ejemplo más notable es el de situar el pasaje de los molinos de viento al final de la película, cuando en la obra original está al principio, en los primeros capítulos. Comprobamos aquí una idea ya insinuada en Es menester: el pasaje de los molinos, seguramente sin pretenderlo Cervantes, se ha convertido, dentro el imaginario colectivo, en la quintaesencia del Quijote. Para la mayor parte de personas la máxima expresión del Quijote se alcanza en cuanto él, subido sobre Rocinante, se desboca a embestir a los puñeteros molinos de viento. Los anglosajones no titubearon ni un instante a la hora de situar esta escena en el clímax de la obra y, desde entonces, prácticamente todos han seguido el mismo ejemplo. ¿Por qué esta descontextualización de la obra ha fosilizado, mineralizado en el bestiario popular?
Esta película también nos enseña algo fundamental: el Quijote no puede adaptarse correctamente si no se hace en idioma español. Más allá de todos los dislates, los números operísticos y las licencias tomadas, que son incontables, lo que más desliga esta adaptación de la esencia del Quijote no es otra cosa sino el idioma. Todo en esta película suena ridículo y algo desustanciado, más patético que satírico, por la simple razón de que no está expresado en español. Casi todo lo que se dice en el Quijote, y la manera en que se dice, está profundamente enraizado en el hispanismo, en la idiosincrasia española, y no puede ser traducido porque es, sencillamente, único e irremplazable. Nada impide traducir libros. Es necesario y bueno que se traduzcan. En ocasiones, las traducciones son incluso mejores que las obras de las que proceden. En este sentido me alineo con Dámaso Alonso, o Jorge Luis Borges, o Julio Cortázar, que sostenían esta misma idea. Sin embargo, existen obras que no pueden ser debidamente traducidas. Piénsese en el Finnegans Wake de Joyce, por ejemplo. Don Quijote es un libro traducible, sí, pero no trasladable a cualquier cultura y si, por obligación, debe ser disuelto en alguna cultura, sólo es soluble en la española. A lo mejor ni eso pues, como dice Jesus G. Maestro, el Quijote no es cultura, sino Literatura, con ele mayúscula.
Don Quijote en esta película canta bien, esa es la verdad. La música es bonita. Muchas de las arias de Don Quijote incluso pueden considerarse bellísimas, especialmente la última, al final, dedicada a la isla prometida a Sancho Panza. Don Quijote, ya muerto, en espíritu, cantándole desde la isla prometida, a su fiel amigo y escudero Sancho Panza: enternecedor, es algo que merece la pena ser escuchado. Una delicia artística.
Esta película, en resumen, no es una obra indigna, ni mala, pero no tiene absolutamente nada que ver con la esencia del Quijote.
Primera incursión española del Quijote en el cine sonoro. Al parecer, hay varios intentos previos, en cine mudo, realizados en distintos países, pero reconozco que jamás he visto esas películas (y las he buscado) por lo que me resulta imposible valorarlas.
Aunque pueda parecer lo contrario, el Quijote de Rafael Gil no es ni una mala película, ni una mala adaptación y, en muchos sentidos, es de las mejores que existen. Yo, sin duda, recomiendo verla ya que está realizada con muy buen gusto, muy buen hacer, mucho respeto por el texto original y mucho decoro en todas las consideraciones escénicas. Ésta es, quizá, la versión más respetuosa que existe del Quijote, la menos estridente, la más adecuada de ver… Eso sí, sólo si uno se conforma, simplemente, con un compendio del hilo narrativo.
Tiene la ventaja sobre casi todas las demás versiones existentes de ser de las pocas que cubre los dos tomos de la obra. Es en este punto en donde se encuentra, quizá, la rémora más insalvable a la hora de adaptarla al medio audiovisual: su dimensión. Digámoslo ya: El Quijote es un libro larguísimo. Cada uno de sus dos tomos lo es, al menos para el estándar cinematográfico actual, por lo que compendiar toda la narración en aproximadamente dos horas sólo es posible mediante elipsis inasumibles o adaptándose a un ritmo narrativo sobreacelerado que no permita profundizar en nada. Este último es el camino que tomó Rafael Gil: meter, comprimidos, los dos tomos en dos horas y pico de metraje, caiga quien caiga, cuesta lo que cueste. Al final, el resultado es una película que, a pesar de su antigüedad, va a velocidad de vértigo. A Rafael Gil no le da tiempo a pararse en los detalles, ni a atender a los matices, ni a trazar adecuadamente el arco emocional de ninguno de los personajes. Todo lo que sucede en la película es súbito y prácticamente sin consecuencias. Fugaz. No hay tiempo que perder, se salta a la siguiente escena sin piedad, a cuchillo, a matacaballo. No se le debe criticar a Rafael Gil, desde luego, el pobre no tenía otra opción si quería llevar a cabo su cometido y, bueno, de los errores siempre se aprende. Con esta película aprendimos que es inviable hacer una versión completa del Quijote en dos horas. Toca reducir o abreviar muchísimo, de otro modo: imposible.
Hay muchos detalles relativos a esta película sobre los que merecería la pena explayarse, pero, de todo ellos, mi favorito es el de la presencia de Fernando Rey, precisamente, Fernando Rey, en el papel del bachiller Sansón Carrasco (el hombre que venció a Don Quijote). Habría de ser este actor, muchos años después, el que mejor llegaría a encarnar al Quijote.
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