Íncipit y letras capitales
Doy una gran importancia al íncipit de las novelas. Muchísima más que al final. Cuando un libro tiene un buen íncipit, las probabilidades de que se trate de una buena novela son muy altas. En el XIX todos los íncipits eran muy parecidos. El canon indicaba informar al lector sobre el año y la localización en la que habría de desarrollarse la trama.
El día 24 de febrero de 1815, el vigía de Nuestra Señora de la Garde hizo la señal de haber divisado los tres mástiles del bergantín Faraón, procedente de Esmirna, Trieste y Nápoles.
(Comienzo de El conde de Montecristo, de Alejandro Dumas, padre.)
A lo largo del siglo XX se ensayó mucho con íncipits rayanos con lo metanarrativo.
Ahora estoy muerto, soy un cadáver en el fondo de un pozo. Hace mucho que exhalé mi último suspiro y que mi corazón se detuvo pero, exceptuando el miserable de mi asesino, nadie sabe lo que me ha ocurrido.
(Comienzo de Me llamo Rojo, de Orhan Pamuk.)
Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona.
(Comienzo de El túnel, de Ernesto Sábato.)
Casi puede decirse que aquel que sea capaz de idear un buen íncipit de novela, tiene una novela prácticamente escrita. El íncipit es la fuente primera de la que emanan todas las demás oraciones presentes. El torrente de palabras de una novela no es sino un eco del íncipit, una reverberación de un movimiento vital primigenio que se aloja en las primeras frases del primer capítulo de una novela. El final no importa, ni el nudo o desenlace, como si carecen de él. El sustrato basal de la arborescencia de una novela está anclado en su íncipit. Por eso una novela que comience así:
María se dio media vuelta y le vio ahí, sentado ante la mesa.
O así:
Juan salió de la oficina y estaba diluviando. Se montó en el coche y se dirigió, como todos los días, a su casa.
… ya nos indica que acabamos de comenzar una novela hedionda, conformista, y escasa de ambición y que mejor nos irá tomándola en ese mismo instante, cerrándola, y lanzándola por la ventana más cercana. Sobre este tipo de oraciones es imposible construir una novela digna de sí misma. Resulta tan infructuoso como intentar cultivar tomates en roca viva.
Sin embargo, cuando se cuenta con un íncipit de novela como éste:
Vivo en la Villa Borguese. No hay ni pizca de suciedad en ningún sitio, ni una silla fuera de su lugar. Aquí estamos todos solos y estamos muertos.
(Comienzo de Trópico de cáncer, de Henry Miller.)
O como éste:
Si soy yo el héroe de mi propia historia o corresponde ese lugar a otra persona, el lector lo sabrá después de recorrer estas páginas, que empezaré refiriendo mi vida desde sus comienzos. Antes de pasar adelante, debo manifestar que, según me dijeron, nací un viernes a las doce de la noche, habiendo observado los presentes que el reloj empezó a tocar sus doce campanadas y yo a llorar simultáneamente.
(Comienzo de David Copperfield, de Charles Dickens.)
… entonces ya no hay que hacer nada más. Las primeras frases conducen inevitablemente a las siguientes, y éstas, a las que les suceden. La novela se escribe como si fuera un dominó, impulsada por su propia inercia estructural. Así, todo depende del íncipit.
Éste es el íncipit de El menstruador:
Hay momentos en los que un hombre mira atrás y no sabe exactamente qué pasó. Sólo intuye que desde que pasó nada volvió a ser lo mismo.
, el cual no voy a entrar a valorar, pues ni me corresponde, ni es éste el momento adecuado para ello. Baste con que reconozcamos ahora la inconmensurable importancia del íncipit en una novela. Nadie en su sano juicio se atrevería a restarle importancia.
Y el comienzo de un íncipit, su corona, es su letra capital. La primera letra de la primera frase del primer capítulo de la primera novela. En mi caso fue una hache, letra muda, letra sin sonoridad, auxiliar, casi meramente ornamental.
Desde la publicación de El menstruador mucha gente ha expresado curiosidad e interés en conocer el origen de las letras capitales con las que se inauguran los distintos capítulos de la novela. Estos oropeles tipográficos han sido diseñados por mí y, a continuación, un catálogo completo de los mismos:
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